Pero la historia no termina aquí: la liebre, decepcionada tras
haber perdido, hizo un examen de conciencia y reconoció sus errores.
Descubrió
que había perdido la carrera por ser presumida y descuidada. Si no
hubiera dado tantas cosas por supuestas, nunca la hubiesen vencido.
Entonces, desafió a la tortuga a una nueva competencia.
Esta vez, la liebre corrió de principio a fin y su triunfo fue evidente.
Pero la historia tampoco termina aquí:
Tras
ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la
conclusión de que no había forma de ganarle a la liebre en velocidad.
Como
estaba planteada la carrera, ella siempre perdería. Por eso, desafió
nuevamente a la liebre, pero propuso correr sobre una ruta ligeramente
diferente.
La liebre aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un ancho río.
Mientras
la liebre, que no sabía nadar, se preguntaba "¿qué hago ahora?", la
tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y terminó en
primer lugar.
Pero
la historia tampoco termina aquí: el tiempo pasó, y tanto compartieron
la liebre y la tortuga, que terminaron haciéndose buenas amigas.
Ambas
reconocieron que eran buenas competidoras y decidieron repetir la
última carrera, pero esta vez corriendo en equipo. En la primera parte,
la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río.
Allí,
la tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la
orilla de enfrente, la liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la
meta.
Como alcanzaron la línea de llegada en un
tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción que aquella que habían
experimentado en sus logros individuales.
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